fredag den 1. februar 2019

El relato 'Tessa' ahora está traducido al español







'Tessa' es uno de los relatos del libro Kig på damen (2010). Ahora Christina Catarina Altuna Aagesen lo ha traducido al español. Léelo aquí:








Tessa

Delante de una zapatería en la calle Nordre Frihavnsgade de Copenhague, Tessa se cruzó el martes por la mañana con una mujer pequeña, con el pelo rubio y rebelde. Su cabeza era colosal, pero su cara bastante pequeña, casposamente seca y casi sin nariz. La forma de su cabeza era como la de un huevo, el extremo puntiagudo era la barbilla. 
            – Alguien ha cogido una cucharada de un lado y pintado una cara en el hueco – se dijo Tessa a sí misma.
             Así estaba colocada la pequeña cara, como absorbida en la curvatura del gran cráneo.
            – ¿Una cucharada de qué?
            – Del huevo – le dio tiempo a responder antes de darse cuenta de que alguien le había hecho la pregunta.
             Se dio la vuelta y observó la frente de la mujer.
             – ¿Del huevo? dijo ella. – ¿Una cara en el huevo?
             – Yo, eh, era solo un sueño que me ha venido a la mente, amiga – dijo Tessa – sólo un sueño.
             Tessa quería saber el precio de unos zapatos de fiesta, que había visto en el escaparate. Esperaba tener la oportunidad de ponérselos el sábado, pero en ese momento se apresuró y continuó su camino. Detrás suya escuchó a la pequeña señora preguntarle si eran amigas.
             – No, no, no, pensé que estaría bastante lejos de mí y resulta que me ha seguido.
             – ¡Qué sepas que te puedo oír todavía! – le gritó la mujer a sus espaldas. 


Dos días después estaba Tessa delante de una zapatería en la calle Østerbrogade, cuando le pasó una mujer delgada de pelo blanco ondeante. Su cabeza era enorme, pero su cara mínima y de mala piel, seca. Prácticamente no tenía nariz, lo cual solo daba fundamento a la impresión de que tuviera una cabeza igual a un huevo peludo.
              – Alguien ha cogido una cucharada del huevo – dijo Tessa.
              La frase hizo eco en su cabeza de ese particular modo, que revela haberla dicho antes. Enseguida supo que había visto a la señora hacía dos días. No olvidaba los rostros tan particulares.
             – ¡El huevo! – grito la mujer – ¿porqué sigues hablando del huevo?
             Estaba enfadada.
            – Normalmente no hablo conmigo misma – se dijo a sí misma, mientras sacudía la cabeza. 
            Tessa bajó un escalón de la escalera de la zapatería. 
            – Pero el huevo, ¡¿qué pasa con huevo?!
            – No, no creo que lo seamos, respondió. – Acabamos de conocernos. Es algo que se suele decir, una forma de hablar.
            – ¡¿El huevo?!
            – Oh, el huevo – dijo Tessa – bajó el último escalón hacia la tienda y cerró la puerta entre ellas. 


Tessa volvió a pasarla media hora más tarde a la altura de la Plaza Bopa, pero evitó de forma desagradable hablar con ella. 
            – ¿Me estás siguiendo, coleguita? – Le dijo Tessa, cuando la señora le tiró de la mano un cuarto de hora más tarde en el supermercado Brugsen. 
            – Sí – dijo la mujer – mientras le miraba de forma esperanzadora a la cara. 
            – Vale, pero ¿por qué?
            – Tu pelo es diferente. 
            – Sí, es cierto, es una peluca nueva. Tiene que hacer que parezca más joven. 
            – Y lo hace. 
            – Gracias – dijo Tessa honestamente halagada –. – Voy a salir un ratito el sábado, o yo…
            – No es bonita. Solo hace que parezcas más joven. 
            – ¡Vaya! 
            – ¿Estás calva? ¿Es por eso que hablas del huevo?
            Le contó que no estaba calva, pero que no le gustaban su poco pelo gris.
            – Soy fea, pero me da igual – le dijo la mujer pequeña. 
            – No, no eres fea – mintió Tessa. 
            – Ya lo creo, ningún hombre quiere acostarse conmigo. 
            Tessa le dijo que habían hombres para todo tipo de mujeres. La mujer dijo que para ella no había ninguno, pero que le daba igual, porque pronto moriría. Tenía una enfermedad rara, que hacía que no pudiera esperar superar los treinta años. Tessa había calculado que la mujer tenía cincuenta. Dijo que era terrible, pero la mujer no lo creía así. Nadie le iba a echar de menos y no había nadie del que le diera pena despedirse. 
            – Tú eres mi única amiga y es solo una forma de hablar – resumió la mujer. 
            – ¿Le has contado a tus padres que vas a morir? – le preguntó Tessa. 
            Claro que los padres sabían de la enfermedad. Lo habían sabido desde el nacimiento. Pero tampoco los padres le echarían de menos, pensaba ella. Tessa le dijo, lo cual era cierto, que estaba segura de que si lo harían. 
            – No, piensan que soy desagradable de ver. 
            – Ninguna persona puede ver a un niño como feo – dijo Tessa y miró al vacío. 
            La mujer le dijo que claro que sus padres podían ver que era fea, que hacía daño a los ojos mirarla. Pero no era eso lo que quería decir. 
            – Pero no es por eso que no les gusta verme. No es porque sea fea. Piensan que han perdido el tiempo en criar a una, que igualmente va a morir antes que ellos. 
            A Tessa le daba vergüenza haber hablado mal de su cabeza, le ruborizaba pensar que le había oído.  
            – Desgraciadamente he de irme ya; estoy esperando una llamada – dijo.
            La pequeña mujer, por su parte, aceptó ir a tomar café la siguiente tarde. 
            Empezó a ir a visitar a Tessa diariamente y rápidamente la llevó a la situación, en la que no podía evitar prepararle dulces caseros. 
Compraron zapatos juntas. La mujer, que tenía pies pequeños, pero sorprendentemente feos, sin embargo caminaba dócilmente sobre un tacón largo y fino. Tessa quedó tan sorprendida por esa cualidad tan destacable en ella, que no podía evitar la tentación de comprarle un vestido de noche largo, que resaltara sus tobillos y su trasero con justicia. 
            Transcurridas un par de semanas, Tessa organizó la primera cita a ciegas entre su nueva amiga y uno de sus conocidos solteros. Leo, que trabajaba en un puesto de alto rango en la policía, responsable de crímenes sexuales, era bastante mayor que la mujer pequeña, pero no mucho mayor de lo que ella aparentaba. 
            – Me has buscado un tío gordo y sucio, con el que nadie quiere salir, ¿verdad?
            Tessa le dijo que todo lo contrario, se trataba de un hombre con el que ella habría salido alegremente, si le hubiera invitado. 
            – Sí, pero tu también eres vieja. 
            El comentario reafirmó a Tessa, quien decidió que nunca más hablaría de su vida amorosa con la pequeña mujer llamada Åsa o con cualquier otra persona. 
            Ni Åsa, ni Leo se refierieron a la cita a ciegas como una buena experiencia. Leo, de todas formas, expresó su deseo de volver a verla; había despertado su curiosidad. 
            – ¡Pues llámalo compasión!, si eso es lo que sientes – le dijo Tessa. 
            Él lo negó. 
            Tessa intentó convencerla de volver a encontrarse con el hombre, pero no se dejó presionar para nada. 
            Ninguno de los siguientes hombres con los que Tessa le concertó citas, tuvieron más que una oportunidad. 
            Tres meses después le dijo Tessa:
            – Ya no conozco a más, Åsa.
            Åsa había tenido aproximadamente una cita por semana y pasados tres meses Tessa se había quedado sin conocidos solteros, animados a emparejarse con una mujer pequeña y fea, que aparentaba tener cincuenta. 
Bien es cierto que Tessa tampoco quería comprarle más zapatos o vestidos.


Åsa no fue a tomar café al día siguiente. Tessa había previsto que Åsa percibiría el mensaje como un rechazo y emplearía algo de tiempo para superarlo. 
            Tampoco al día siguiente o el siguiente, apareció Åsa. 
            Tessa la buscó cuarenta y tres días después y descubrió por un obrero que estaba trabajando en la fachada de su casa, que había muerto hacía un mes. 
            Se quedó de pie un rato en el aire seco de septiembre salado, cuando venía del este por el puerto de Nordhavn, y enriquecido de polvo de cal pulida de la fachada, cuando hacían espirales entre los edificios. Åse la rubia estaba muerta y ya enterrada. Tessa lo sentía como si su hija se hubiera mudado de casa una vez más. 
            Un alivio colosal. 


Cinco años después Tessa participó en una feria de moda en Herning. Tenía que escribir sobre zapatos de fiesta para la revista de una asociación del barrio de Østerbro. Al otro lado de la pasarela vio de repente una mujer de piernas cortas, con el pelo rebelde rubio rojizo. Su cráneo era exageradamente grande, respecto a su cuerpo escuchimizado, pero su cara era la de Åsa. Habían tantas personas entre ellas, había una pasarela, había un espectáculo entre ellas. Tessa le saludó y enseguida consiguió su atención, lo cual simplemente hizo que Åsa buscara esconderse tras la pasarela. 
            – Oh, me lo tendría que haber dicho – se dijo Tessa a si misma. – Tendría que haberla sorprendido, pillarla, montarle un número. 
            Y ahora tenía que luchar para pasar entre la muchedumbre, lanzarse por los rincones del recinto de la feria en busca de la escurridiza, verla desaparecer en un balcón. 
            – ¡Espera! ¡Haz el favor de venir aquí!
            Y
            – ¿Porqué lo hicisteis? ¿Porqué? – Debería haber gritado. ¿Porqué no lo gritó?
            Debería haber conquistado la pasarela, cogido el micrófono y pedido que le devolviera sus zapatos, haber pedido una compensación y empatía, que la estafadora le había chupado sin derecho, le había drenado. Compensación por los amantes que le había dado. 
            Åsa debería haberse tirado del balcón con vergüenza ondeante y en uno de los vestidos de noche usados de Tessa. Sobretodo Tessa tendría que haber denunciado a Åsa a la Policía; la mujer debería ser investigada, ser juzgada y puesta en prisión. 
            Åsa ya había desaparecido entre la muchedumbre. Tessa no tenía el cuerpo para correr tras de ella, si la viera, pero decidió por lo menos haría lo último. 
            Se sentó en la cafetería y llamó por teléfono a su amigo de la Policía, responsable de crímenes sexuales. 
            – ¿Dices que has visto a Åsa?
El policía no parecía muy convencido de que hablaban de la misma persona. 
            – ¿Te acordarás de la pequeña mujer con el pelo claro y revuelto?
            – Aha, el peculiar cachorrillo con el que me juntaste. 
            – Ya empiezo a estar harta de escuchar estas cosas, ¡tampoco era tan fea!
            – Dije peculiar, Tessa, era graciosa. 
            – ¿Graciosa?
            – Sí, hablaba de ti como lo hacen las prostitutas que trabajan en los estratos más altos cuando hablan de su cliente: “Mi amigo dejó un pequeño regalo de agradecimiento cuando la visita concluyó”. Sabemos los dos que no era un amigo, que no le han regalado nada, y sabemos como ha trabajado para conseguir el dinero. Ella sabe que yo lo sé. Pero también sabe que nos vemos obligados a hacer como si nos encontrásemos en otra realidad, porque su realidad reta a la Ley y yo estoy obligado a hacer algo al respecto, si hablamos claro. Y tiene ese lenguaje que ha aprendido de su clientela exquisita, pero su voz tosca revela que viene de Valby y no de Kongens Lyngby.
 
            – ¿Así que Åsa viene de Valby?
            – No, la puta, Tessa. Åsa hablaba de ti como las putas de lujo hablan a un policía sobre su…
            – De su cliente, vale gracias, lo he pillado Leo, pero ¿qué me quieres contar con esta comparación tan galante?
            – Era una observación, Tessa, solo una observación.

Leo no creía que Tessa tuviera un caso contra Åsa. No había nada ilegal por mentir sobre su enfermedad o ni en fingir una muerte para salir de una relación indeseada. Una demanda sobre un timo a nivel personal, siempre sería complicada de llevar ante los tribunales. Esto fue lo último que Leo le dijo a Tessa antes de que ella terminara la conversación telefónica.
            Se quedó sentada, pidió café. Me ve como un simple cliente de prostitución, una de esas que los políticos quieren prohibir, pensó. Pensó que era el motivo por el que Leo nunca le había invitado a salir. Pero tampoco podía ser ese el motivo. Tampoco había llamado antes de que le castigara con esa cita maldita.
            La feria había terminado, el recinto estaba casi vacío, el recoge platos invitó educadamente a Tessa a que vaciara su taza.
            – Creía que por lo menos sería Madamme, ama de un burdel.
            – ¿Te hubiera gustado ser Madamme de un burdel?

            – No, pero no creía que me viera como el cliente en la relación – respondió, antes de darse cuenta de que no era ella quién había hecho la pregunta.

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